Nació en Santiago el 2 de octubre de 1904 y falleció en esta misma ciudad, a los 50 años de edad, el 5 de abril de 1955. Hizo sus primeros estudios en el Internado Nacional Barros Arana, del cual egresó en 1920, año en que recibió el grado de bachiller en humanidades, que en esa época se otorgaba al término de los estudios secundarios. En 1921 ingresó a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, de la que egresó tras brillantes estudios como licenciado en Ciencias Jurídicas, grado que obtuvo con su memoria “Teoría de las Nulidades”, que fue calificada con distinción unánime. El 5 de agosto de 1926 recibió su título de abogado.
Como fue un alumno destacado, favorecido por los dones del talento, se desempeñó durante sus estudios como ayudante de la Cátedra de Derecho Civil. Poco después de titularse de abogado, en 1927, fue nombrado profesor de dicho ramo, sirviendo con dedicación la cátedra, ininterrumpidamente, hasta 1954, cuando enfermó hasta morir.
Como profesor de Derecho Civil se destacó por sus conocimientos y su rectitud, educando a generaciones de sus alumnos con la lección de su ejemplo y de la ciencia que impartió. Hasta hoy su “Manual de Derecho de Familia” que escribió en 1952 ha servido a alumnos, abogados y jueces para conocer esa rama del Derecho Privado.
Don Enrique ejerció la profesión intensamente, sin tregua ni descanso, puede decirse que la muerte lo arrebató entre los códigos. Fue un abogado eminente, cuyo consejo y patrocinio se buscaba para los más arduos y delicado asuntos, los que estudiaba con profundidad, siempre obrando con espíritu de justicia y con bondad, incluso con modestia. Un contemporáneo suyo recordaba la calidad de sus alegatos, señalando que “ellos eran ordenados, elegantes en la forma, ricos de contenido; ponderados en el lenguaje y con respeto por la posición adversaria”.
Siempre preocupado de la dignificación de la abogacía, participó activamente en el Consejo General del Colegio de Abogados, en el que ocupó un asiento como consejero durante varios períodos, prestando a la Orden señalados servicios. En más de una ocasión el Consejo le encargó la redacción de una nota delicada, o le solicitó su representación o el estudio de un proyecto de ley importante, tareas que siempre cumplió a cabalidad.
Siendo uno de los redactores y suscriptores del Código de Ética Profesional de 1948, en la tarea de ejercer la jurisdicción disciplinaria que le compete al Colegio fue donde reveló mejor sus cualidades morales, penetrando en los hechos, descubriendo cuáles eran los esenciales para resolver el caso con acierto dentro de un juicio justo.
La administración pública y la política no lo sedujeron, pues el objeto de sus afanes fueron la docencia y su bufete de abogados. No obstante, durante la corta administración de don Juan Esteban Montero, quien fuera profesor en la Escuela de Derecho, sirvió el cargo de Secretario General de la Presidencia. Al término de ese gobierno volvió a sus actividades privadas con la modestia de siempre.