Interpretación Musical ¿ Lo Mejor es Enemigo de lo Bueno? Por Oscar Kolbach C. Abogado
Un antiguo adagio señala que en todas las actividades de la vida la búsqueda de la perfección atenta contra la eficiencia de las cosas: lo óptimo es enemigo de lo bueno. Esto, que podría ser efectivo en determinados casos, es más bien relativo en el campo de la interpretación musical, en el cual siempre se ha discutido si el exceso de preparación y estudio conspira con el mejor resultado en la ejecución de las obras de los grandes maestros.
Así sucede, por ejemplo, con los directores de orquesta más destacados, como Arturo Toscanini, Hebert Von Karajan, Sergio Celibidache, Carlos Kleiber y Pierre Boulez. Ellos obligaban a sus orquestas a efectuar interminables ensayos que incluso alcanzaban a veces hasta 9 a 10 horas diarias, con la consiguiente exasperación de sus integrantes, pero los resultados obtenidos eran muy cercanos a la perfección interpretativa.
En cambio, otros legendarios directores como Ricardo Strauss - también célebre compositor - y Hans Knapperbusch obtenían excelentes interpretaciones con el mínimo de preparación. Este último simplemente detestaba ensayar - por ende era muy querido por sus músicos - y curiosamente lograba ejecuciones musicales de antología, particularmente en las obras de Richard Wagner. En la situación intermedia se encontraba Wilhelm Furtwaengler, quien ha sido considerado casi por unanimidad de los entendidos como el más excelso director de orquesta de todos los tiempos. Si bien él efectuaba con sus orquestas los ensayos de rigor, en los conciertos mismos dejaba bastante espacio a la libertad de sus miembros y así lograba, con gran éxito, mayor espontaneidad y fluidez del discurso musical.
CÉLEBRES ANÉCDOTAS Los más grandes pianistas de nuestra época, Sviatoslav Richter, Arturo Benedetti Michelangeli y Claudio Arrau, entre otros, han sido fanáticos de la perfección musical. Destinaban innumerables horas diarias de estudio, hasta el fin de sus vidas, logrando no sólo una técnica prácticamente infalible, sino además una profundidad, sentimiento y lirismo insuperables. Sin embargo, al igual que en el caso de los directores de orquesta, existieron a su vez notables pianistas cuya técnica dejaba bastante que desear -posiblemente por falta de adecuado estudio-. Parado-jalmente, ellos figuran entre los intérpretes más distinguidos de las obras de Chopin, Beethoven y Schumann e incluso de Bach, caso de Artur Rubinstein, Alfred Cortot y Edwin Fischer, respectivamente.
Célebres son las anécdotas de estos gigantes del teclado. En su primera gira en los Estados Unidos, Rubinstein expresó, con ironía no exenta de preocupación, que en Europa no se le daba mayor importancia a las notas falsas que se deslizaban habitualmente en sus conciertos, pero que sí esperaba que en el país del Norte le pagaran el total de sus honorarios incluyendo las notas que había omitido tocar.
El inolvidable Alfred Cortot, en varios de sus inspiradísimos conciertos interpretando a Chopin y a Debussy, al incurrir en deslices técnicos detenía su presentación expresando sólo “Pardon” y reiniciaba desde el principio la respectiva obra musical, en medio de los calurosos aplausos de sus admiradores.
Lo mismo sucedía con la interpretación de quienes fueron calificados como los dos más geniales violinistas del siglo pasado, Fritz Kreisler, compositor y excelente pianista, y Jasha Heifetz,, para muchos el más completo de todos los tiempos. Conocido es el hecho que Kreisler dejaba pasar largas temporadas sin siquiera tomar el violín ya que le desagradaba cualquier forma de estudio, pero en cada presentación brindaba interpretaciones inolvidables.
En cambio, Jasha Heifetz, que contaba con una técnica, un virtuosisimo y una profundidad inigualables, hacía notoria ostentación de sus interminables horas de estudio y ensayos. Sus conciertos siempre fueron calificados como imposibles de superar. En definitiva, y aunque sea difícil decir la última palabra, la verdad es que, al menos en materia de interpretación musical, parece ser que lo óptimo no es necesariamente enemigo de lo bueno.